Un poquito de historia de mi adorado BELMONTE:
Juan Belmonte nació en la sevillana calle Ancha de la Feria, donde su familia tenía una modesta tienda de quincalla. Pocos años después el establecimiento de la calle Feria es atribuido a uno de sus tíos en las particiones de la herencia de su abuelo y la familia se traslada al barrio de Triana, donde su padre abre una pequeña tienda en un hueco del Mercado de Triana, un tenderete que tenían que montar todos los días al amanecer. Los jueves trasladaban el puesto al mercadillo del Jueves. Asistió a la escuela primaria solo entre los cuatro y los ocho años. Quedó huérfano de madre muy pronto.
A los once años su padre deja de llevarlo con él a sus expediciones a los cafés y se rodea con otros chicos de su edad, con los que formó una pandilla que, entre otras correrías adolescentes, se dedicaba a torear clandestinamente, por las noches, en cercados y dehesas de las afueras de Sevilla.
El diestro trianero Antonio Montes Vico era el ídolo de la pandilla, uno de cuyos miembros era el luego conocido líder anarquista Ángel Pestaña. Amigo de su padre fue Calderón, banderillero de Antonio Montes, que le apadrinó en las tertulias y le allanó el camino para sus primeras actuaciones. También le enseñó a mejorar su técnica, ya que Belmonte fue completamente autodidacta. Posteriormente, Calderón sería miembro de su cuadrilla durante muchos años.
Se inició en la lectura, afición que le acompañaría durante casi toda su vida.
El inicio del torero
Vistió de luces por primera vez a los 17 años en la plaza de toros de Elvas, en Portugal. El 21 de julio de 1912 triunfó como novillero en la Real Maestranza de Sevilla y fue llevado a hombros hasta su casa. El riesgo que asume llama pronto la atención y comienza a forjarse la leyenda del Pasmo de Triana. Tomó la alternativa en Madrid el 16 de septiembre de 1913 con Machaquito de padrino –ese mismo día se retiraba del toreo– y con Rafael el Gallo, hermano mayor de Joselito, como testigo.En 1914 comenzó su rivalidad con Joselito o, como él mismo decía, comenzó la rivalidad entre gallistas y belmontistas.
La temporada de 1917 está considerada como la más brillante de su vida profesional. A finales de ese mismo año se presenta en Perú, donde permanecerá un año y conocerá a su futura esposa.
En 1922 anuncia su primera retirada en Lima. Reaparece en los ruedos en 1924.
Se convirtió en ganadero y continuó toreando hasta el inicio de la guerra civil española (1936).
La revolución de Belmonte

Juan Belmonte en la portada de la revista Time del 5 de enero de 1925.
Su valor y su heterodoxia, toreando de un modo que hasta entonces se pensaba imposible, lo ilustra la sentencia de Rafael Guerra (un matador de toros muy reconocido cuando comenzaba Belmonte su carrera), que le acompañó durante toda su carrera: «Darse prisa a verlo torear porque el que no lo vea pronto, no lo ve». Su épica rivalidad con Joselito dividió a la afición en gallistas y belmontistas, algo que no impidió que ambos fuesen grandes amigos y se profesasen respeto y admiración mutua. El público quería verlos juntos y coincidieron en decenas de corridas durante varios años, lo que hizo que ambos se influyesen y evolucionasen mutuamente, configurando también de forma definitiva el futuro del toreo moderno.
El mito de Belmonte

Estatua de Belmonte junto al Puente de Triana, en Sevilla, obra de Venancio Blanco, del año 1972.
La Generación del 98, que no era en principio nada taurina (veían en los toros un síntoma del atraso hispano), se hizo belmontista casi al completo: más que la fiesta en sí misma, admiraban sobre todo al héroe que veían en Belmonte. Hasta tal punto compartía Belmonte afanes e inquietudes con ellos, que hay quien afirma que fue un miembro más de la Generación del 98 y que solo se diferenciaba en el modo de expresarse.[1]
Ningún torero ha tenido antes ni después tantos apoyos entre intelectuales del máximo nivel. Un destacado representante de la Generación del 27, Gerardo Diego, le dedicó la «Oda a Belmonte»:
- Yo canto al varón pleno,
- al triunfador del mundo y de sí mismo
- que al borde —un día y otro— del abismo
- supo asomarse impávido y sereno.[2]
A punto de cumplir 70 años, Juan Belmonte se suicidó de un disparo en su cortijo de Gómez Cardeña —entre Sevilla y Jerez— el 8 de abril de 1962, lo que no hizo sino inmortalizar su mito. Fue enterrado en el Cementerio de San Fernando de Sevilla.